"La gente no busca razones para hacer lo que quiere, busca excusas"
William Somerset


31.1.08

HAFNARFJORDUR, LA CIUDAD DE LOS ELFOS

Extraido de: http://manuelvelasco.com/libros/territorioVIKINGO/islandia/hafnarfjordur.htm


HAFNARFJORDUR, LA CIUDAD DE LOS ELFOS



A 15 km de Reykjavik se encuentra Hafnarfjörður. Su nombre significa fiordo del puerto, y es justamente eso, un excelente puerto natural al que llegó aquel Floki que puso nombre a la isla; en lo que hoy es un campo de golf instaló un campamento provisional hasta que el mar estuvo otra vez transitable para regresar a Noruega y contar, con escasa visión de futuro, que todo aquello sólo era un gran bloque de hielo sin posiblidades.

BANQUETES VIKINGOS

El restaurante Fjorukrain es famoso por las fiestas vikingas que organiza todos los fines de semana (también hay un hotel con decoración vikinga y, en el mes de junio, un festival vikingo). Y no sólo hay buena y abundante comida, incluyendo una muestra de tiburón fermentado (con esa pequeña cantidad es suficiente), también hay canciones y sorpresas, como la que, vete a saber por qué, me tocó protagonizar a mí, cuando fui uno de los cuatro elegidos para ser nombrados heidursvikingur (vikingo de honor).

Pero para recibir tan honorable título, los candidatos tuvimos que pasar la prueba, consistente en beber un cuerno de Brennivín, un asqueroso aguardiente matarratas local, elaborado a partir de las patatas, al que llaman popularmente la muerte negra. Desde ese momento fuimos considerados vikingos, con autorización para comportarnos como ellos, y un diploma numerado lo atestigua. En el libro La isla secreta, Xavier Moret cuenta una anécdota similar; en su caso, unas suecas borrachas pedían guerra a gritos, en el mío había una mesa de escocesas, pero estaban perfectamente sobrias (será que aguantan más) y las bravehearts no estaban por la labor de dejarse raptar.

El maestro de ceremonias también hace las veces de entretenedor de mesa en mesa, contando historias de vikingos (y, de paso, echándome en cara que los españoles llegamos muy tarde a América) y cantando canciones populares noruegas (eran mayoría aquella noche) y hasta se atrevió con (deferencia hacia mí) una versión bastante aceptable del Granada. Una turistada, pero con cierto estilo y actitud. Cuando se retira, los noruegos siguen cantando canciones de su tierra y, de vez en cuando, lalalean algún estribillo para que yo pueda cantar con ellos; entre canción y canción, un brindis que primero hacen con el clásico ¡skol! y más tarde con un ¡salud! que todos recuerdan alegremente de su paso por alguna costa española. En cualquier caso, ese "salud" les debe sonar más civilizado que el cráneo a que hace referencia su brindis tradicional, recuerdo de remotos tiempos perdidos en la niebla de la historia, cuando los guerreros bebían en los cráneos de sus enemigos muertos.

Salvando las diferencias, ambientes así debieron respirarse en los salones de reyes y jarls. Cualquier vikingo importante que quisiese mantener su prestigio debía organizar grandes banquetes, donde mostraba su grandeza con abundante comida y bebida, y escaldos que entretendrían a la audiencia durante los tres noches (las noches eran la unidad de medida que nosotros consideramos días, de igual manera que los años se contaban como inviernos) que solían durar tales acontecimientos. El último día, el anfitrión hacía un regalo a cada asistente antes de partir. Los más ricos incluso disponían en sus dominios de un salón especial para los banquetes, como el que se cita en el Beowulf (que se ha visto indirectamente reflejado en la película El Guerrero nº 13) o como otro que se describe en la Saga de Egil Skallagrimsson, capaz de albergar a quinientos invitados.

Además de las fiestas organizadas por los ricos, los vikingos tenían unas costumbres de hospitalidad consideradas como un deber sagrado; estas normas sociales obligaban a almacenar comida y bebida pensando en los posibles invitados que pudieran llegar, a los cuales había que alimentar bien durante las tres noches de cortesía. A veces ocurría que llegaba una persona importante a una región y los distintos señores se disputaban entre ellos el honor de tener en su casa a ese invitado ilustre. También es de suponer que estaban acostumbrados a la visita inesperada de familiares, amigos o de simples desconocidos en dificultades. Muchas veces, la hospitalidad podía ser la diferencia entre la vida y la muerte, por lo que tenían muy en cuenta el concepto de hoy por ti, mañana por mí. El contravenir estas normas daba mala fama y hasta podía dar lugar a enfrentamientos mortales. El anfitrión además garantizaba la protección y seguridad de sus invitados.

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