"La gente no busca razones para hacer lo que quiere, busca excusas"
William Somerset


5.12.07

BEOWULF EL MEJOR DE LOS GUERREROS

Pues como la pelicula anda en cartelera, les pongo la primera parte de la historia. Disfrutenla ! ^^
______________________________________________



Desde los tiempos más remotos se transmite de generación en generación, en el pueblo que habita a las orillas del mar del Norte, la misteriosa leyenda de un héroe que arribó a las playas siendo todavía un niño, traído por las aguas sobre un escudo que había sido rellenado con paja, a modo de cuna.

Allí creció el muchacho, que con el tiempo llegó a ser un valiente guerrero, tan poderoso que fundó un reino que no tardó en superar en prosperidad y grandeza a todos los países del Norte.

Nadie sabía de dónde procedía ni cuál era su nombre, pero a causa del extraño medio en que había sido traído por el mar, fue llamado Sceaf (haz de paja) o también Scyld (escudo).

Cuando murió, después de un largo reinado tan próspero como glorioso, obedecieron sus guerreros su último mandato, enviándole a su oscura patria, de nadie conocida.

Colocaron su cadáver en un navío cargado con ricos tesoros. Encima de sus restos ondeaba un estandarte dorado.

Las luminosas velas se hincharon al viento, y así como había llegado, de niño, tan misteriosamente, volvió a desaparecer de la vista de sus apenados súbditos.

El nieto de este enviado de los dioses, Halfdan, continuó la obra de su abuelo, gobernando con mano firme el país. Cuando falleció este rey, le sucedió su hijo Rodgar, el cual, acompañado de multitud de sus valientes guerreros, asentó su corte en el país danés. Mandó construir un palacio soberbio, un edificio maravilloso, con resplandecientes almenas y una hermosa sala, ricamente adornada, como no se había visto nada igual en el mundo.

Las gentes dieron al castillo el nombre de; ciervo; pues tal parecía, desafiando a las tempestades con la cornamenta de sus almenas, no temiendo ni siquiera a los incendios, cuando la codicia despertada por tantas riquezas atraía a los enemigos.

Allí reinaba, pues, en medio de su poderío y de sus bienes, el rey Rodgar, dichoso al poder procurar felicidad a sus súbditos con dones abundantes. Y buena prueba de ello era que en la sala del Ciervo; reinaba siempre la alegría.

¡Quién iba a pensar que sobre aquellos seres tan dichosos y felices se iba cerniendo un cielo de negrísimos nubarrones, de trágicos nubarrones, de siniestros nubarrones, que descargarían a no mucho tardar torrenciales lluvias de horror y devastación!

En las profundidades del pantano, escondido en lo más recóndito de negras simas, en un lugar tan solitario como espantoso y siniestro, vino a morar el más horrible y gigantesco de los monstruos: un ser espeluznante llamado Grindel, un superviviente increíble de los tiempos prehistóricos.

Con ansias y anhelos pérfidos, había visto elevarse la morada esplendorosa de los héroes, y cuando consideró llegado el momento, se acercó una noche al castillo.

En la silenciosa sala los guerreros dormían, rendidos a causa del alegre festín que acababan de celebrar.

En la oscuridad, unas enormes garras penetraron por la puerta que, como de costumbre, estaba abierta, agarrando y aplastando a los dos más próximos durmientes y destrozando, en su furia, a ocho o diez más, todo ello acompañado de los gritos y lamentos de los desgraciados. Y después de haber sembrado la muerte en la estancia, regresó con alguno de ellos en sus garras y volvió a hundirse en el pantano.

¡Qué distintas fueron las voces que resonaron a la mañana siguiente en la sala de las que tan alegres habían sido la noche anterior, cuando Rodgar llegó acompañado de sus barones!

Habían dormido el rey y estos últimos en una dependencia alejada de la sala en que se produjera la horrible tragedia.

Entre hondos suspiros y lamentos de horror, hizo que corrieran abundantes las lágrimas de los ojos del noble monarca durante todo el día. ¿De dónde había salido esa terrible furia?

Llegó la noche. Los fieles guerreros rogaron a su señor que se refugiase en las estancias más resguardadas, en el fondo del palacio, y ellos quedarían montando guardia en la sala.

En las primeras horas velaron con todo celo, pero, como nada extraño ni anómalo sucediera, el sueño acabó por cerrarles los ojos.

Ya faltaba escaso tiempo para que los primeros rayos del astro rey iluminasen los muros del suntuoso y señorial palacio, cuando por segunda vez el monstruo hizo acto de brutal y sanguinaria presencia.

Se lazó contra los descuidados e indefensos guerreros, y los que estaban más próximos fueron despedazados por las garras de Grindel.

Y otra vez, se llevó al tenebroso pantano a los últimos de los durmientes de la sala para que le sirvieran de banquete allá en su refugio de las profundidades acuosas.

Esto sucedió todas las noches del largo invierno, hasta dejar casi desierta la señorial morada. ¡No resonaban ya los alegres cánticos mientras crepitaba la carne sobre el fuego y el hidromiel espumeaba en los cuernos alzados en los brindis por los heroicos campeones!

Y el solitario señor de la diezmada hueste, con el ánimo deshecho, desconfiado de la salvación, pues todas las llamadas de auxilio se habían perdido y ningún sacrificio había alcanzado la gracia de los dioses, meditaba su desventura, pues era demasiado orgulloso y demasiado noble y valiente para huir, y así permanecía cabizbajo, moralmente derrotado, hundido en la desesperación...De esta guisa, continuaba en silencio y envuelta en tristeza y llanto la en otros tiempos alegre y jacarandosa sala.

El Ciervo había caído bajo el poder de Grindel, el más despiadado cazador de humanos, y ya sólo esperaba dar el último golpe, el que señalaría el final de la estirpe.

Una noche más y el jefe del palacio perecería.

Ya el sol apareció, anunciando el último día de la vida del noble guerrero.

Pero entonces llegó la salvación. La nueva de los horrores que se sucedían continuamente en el palacio del Ciervo; voló sobre tierras y mares, llegando hasta= el país de los godos.

Allí reinaba Hugileik, de la estirpe del dios Donner.

Su sobrino había sido educado en la corte y ya desde muy temprana edad manifestó gran ardor en la lucha y una tenacidad y valentía realmente incomparables.

Pasando los años, llegó a ser el mejor de los guerreros hasta entonces conocidos: su nombre era Beowulf.

Éste oyó que uno de los que solían narrar las recientes nuevas acaecidas hablaba de los horrísonos crímenes de Grindel, y en aquel mismo instante experimentó profundos deseos de abandonar la corte y salir a probar su valor en empresa tan arriesgada como la de vencer al monstruo.

Fue a su tío Hugileik y le dijo:

-¡Oh rey! Deseo partir a socorrer a la estirpe del ciervo Un terrible animal devora a sus guerreros y amenaza con destruir a la raza entera. No quiero probar más mi brazo en fáciles encuentros y juegos. Te suplico que me des un barco en el cual marcharé para enfrentarme a esa bestia.

Hugileik le contestó que se haría su voluntad y puso a su disposición todo lo que era necesario para partir al encuentro de aquella intrigante aventura.

Beowulf eligió de entre los guerreros de la corte a aquellos de más probada heroicidad, reuniendo así hasta a catorce hombres.Cuando hubieron hecho todos los preparativos, el ágil navío de madera voló sobre las aguas. Llegaron a una costa en cuyos acantilados y rocas las olas se rompían con gran estruendo.

Los guerreros desembarcaron, después de haber echado el ancla. Cogieron sus armas, se ajustaron las corazas y se dirigieron al castillo.

Desde las altas torres, el centinela de Rodgar vio brillar los relucientes escudos y,montando a caballo, fue a su encuentro y les preguntó:

-¿Quiénes sois vosotros que habéis llegado hasta estas tierras de dolor?

-Lo mejor es que te diga la verdad-repuso Beowulf-. Somos godos, de la corte de Hugileik, cuyo cuñado Egidio fue mi padre.

Éste vivió lo suficiente para que todos los habitantes de la Tierra le conozcan por sus hechos heroicos. Nosotros hemos venido aquí en son de amistad para ayudar a tu señor contra el monstruo que diezma vuestras huestes.

¿No es cierto que una horrible bestia os visita cada noche y comete horrendas matanzas? Tengo la intención de ayudar al noble Rodgar en la medida de mis fuerzas. Su soberbia y digna mansión no debe hundirse en el dolor. Si hay algún modo de acabar con sus desgracias condúcenos hasta él, pues su salvación está aquí.

El centinela habló y dijo:

-Un héroe tan valeroso como tú obrará tan dignamente como ha hablado. ¡Sed bienvenidos, oh héroes! Seguidme, que yo enviaré a gente para que custodie vuestra nave hasta que regreséis.

Y a toda prisa se dirigieron al castillo. Al llegar, los guerreros quedaron maravillados ante la extraordinaria edificación.

Entraron, pues, los héroes en la antesala, donde esperaron el momento de ser recibidos y tomaron asiente aguardando a ser llamados.

Entró Wolfgar, un noble al servicio de Rodgar, el cual, parándose muy cortés en la puerta de la sala, anunció:

-¡Oh héroes que habéis venido cabalgando sobre los corceles de la mar! No he de anunciaros como implorantes. ¡Decidme quiénes sois, para que lo comunique a mi señor!

-Somos súbditos de Hugileik y mi nombre es Beowulf.

Explicaré al hijo de Halfdan lo que hasta estos lares me ha traído si se digna otorgarme su saludo.

Y Wofgar regresó junto al trono de Rodgar, que se encontraba rodeado de sus últimos guerreros, y le comunicó lo que le había dicho.

El señor del castillo levantó la inclinada cabeza y habló así:

-De niño conocí al hijo de Egidio. Ha sido educado en un país amigo y como amigo viene a mí.

Por marinos que nos trajeron mercancías del país de los godos, he sabido de las fuerzas colosales que posee este héroe: en su puño tiene la fuerza de treinta hombres.

Adivino que viene enviado por los dioses para socorrernos en nuestra gran desdicha. Ve y dales la bienvenida y ruégales que entren en mi sala, en donde estamos reunidoa, para saludarles y mostrar mi personal agradecimiento y el de todos nosotros.

A toda prisa volvió Wolfgar a la antesala rogando a los guerreros, que esperaban con evidentes y manifiestas muestras de impaciencia, que le siguieran.

-Dejad los escudos y las lanzas aquí. Tenéis la paz de los huéspedes.

Una parte de los hombre quedaron velando las armas. Los otros entraron con Beowulf al frente. Éste llevaba la cabeza cubierta con el casco, según la costumbre cortesana. Se dirigió al soberano y le dijo:

-¡Salve, oh Rodgar! El sobrino de Hugileik te saluda como un amigo. Joven soy, pero grande es mi valor y más grande aún mi osadía.

Por eso me atrevo a ofrecerte mi ayuda, pues ya he probado mis fuerzas en ocasiones anteriores.

Viajeros que llegaron a la corte de los godos me contaron quen en la proximidad de tu palacio vive un horrible montruo que cubre de sangre y terror esta magnifica mansión.

Otras veces he luchado ya contra seres de esa misma naturaleza, y por eso te ruego que me permitas librarte de tan maligno ser. Sé que podré hacerlo con mis solas fuerzas. He oído decir que viene sin armas y que sólo lucha con sus garras y con la fuerza de sus deformes miembros.

Pues bien, lo que él puede hacer lo puedo hacer yo. Con mis brazos lucharé contra sus brazos, con mi cuerpo contra el suyo, y antes de que el Sol alumbre con rojos colores las torres de la fortaleza, y la noche se hunda en las aguas del frío mar, demostraré cuál es el valor de la estirpe de Donar, yo, Beowulf, el hijo de Egidio. Si el destino está contra mí y desciendo a las oscuras regiones de la muerte, ¡no tendrás demasiado trabajo para mis funerales, ni gastarás tus monedas en mi túmulo! ¡Si el monstruo me destroza, no te ragalará mi cuerpo, sino que le servirá a él de festín! Pero sólo te ruego, si eso sucede, que envíes a Hugileik esta coraza que desde tiempos inmemoriables es heredada por los hombres de mi estirpe. Esto es lo que te suplico que hagas, ¡oh Rodgar!

Desde su rico trono, el infeliz monarca, respondió:

-¡Oh, amado Beowulf!, sin duda tú has de ser el que me salve de esta horrible situación. ¡Saludo en ti al hijo de tu padre!

Y recordó la amistad que le unía con el padre de Beowulfy exaltó el valor del héroe al venir en beneficio suyo, exclamando finalmente al tiempo que alzaba su copa, ricamente tallada, luego que sus criados le hubiesen servido vino a él y a su noble invitado:

-¡Yo brindo a tu salud!

Entre tanto, fuera, el sol había ido declinando: sólo las estrellas estaban en el cielo y las tinieblas sobre el mar. Rodgar se levantó en busca de descanso, pero antes dijo a Beowulf:

-Desde que llevo espada no he permitido a nadie, excepto a ti, ¡oh, héroe!, que custodie solo la sala principal de los daneses.

Así, pues, custodia mi palacio y cuídate tú mismo del enemigo. No te negaré ningún deseo si cumples la hazaña y sales con vida.

La sala se vio vacía de daneses. Sólo quedó con algunos de sus compañeros.

La estancia quedó en la oscuridad. Allá, a los lejos, ya el monstruo había salido de su pantano y por los caminos en tinieblas se arrastraba hacia el castillo.

Antes de ocupar su puesto, Beowulf dio el escudo, la espada y la coraza a uno de sus hombres, diciendo:

-Por muy grande que sea la astucia de Grindel, no sabe luchar en combate con espada y lanza. Él viene con sus fuerzas, yo lo esperaré con las mías, apoyado en la protección de Donnar.

Después de esto se echó tranquilamente entre blandos cojines, y los cansados guerreros que le rodeaban no tardaron en caer dormidos, pensando si regresarían vivos a la lejana tierra de los godos de donde procedían o si perecerían destrozados entre las garras del monstruo.

Sólo Beowulf permaneció sin entregarse al reparador sueño, pues un héroe ha de esperar siempre al enemigo en pie, con sus ojos avizores. Y ya estaba muy cerca el peligro; ya se aproximaba lento, implacable, el enemigo.

Entre las sombras de la noche se acercaba Grindel, ignorante de que en la sala donde diera muerte a tantos guerreros le esperaba un nuevo guardián, uno más valeroso que ningún otro hombre.

Se aproximaba el monstruo, con las fauces babeantes, saboreando de antemano su presa, que estaba obviamente segura; impaciente por llegar, se esforzaba al máximo acelerando su marcha.

Llegó al palacio y de la primera manotada sacó el portalón de sus goznes y dirigióse con ojos centelleantes y mirada ansiosa de sangre hacia la sala donde pernoctaban los jóvenes godos.

Sus garras se cerraron al atrapar brutalmente al primero de los guerreros, y en momento le desgarró los miembros, ahogando sus gritos de dolor. Ya se dirigía hacia el segundo, cuando sintió que un brazo fuerte como el acero le rodeaba el cuello y que una mano poderosa comenzaba a estrangularle.

En ese momento cayó en la cuenta de que se había tropezado con el vengador de todas sus víctimas anteriores. El monstruo tuvo miedo; hubiese querido ahora encontrarse en su pantano y no haber salido de su lóbrega madriguera aquella noche. Pero la fuerza de los dedos de su antagonista no cedía; el enemigo lo sujetaba y lo retorcía, lo arrojaba de un lado para otro, y si conseguía zafarse, el otro volvía a enviarle con violencia contra una de las paredes de la estancia.

Así continuó la refriega, hasta que la bestia inmunda, atenazada por los brazos de su poderoso dominador, sintió que sus miembros se distendían con un terrible dolor.

Gritó atronadoramente y sus aullidos retumbaron en la sala.

Los daneses escuchaban, atemorizados; los godos, por el contrario, habían tomado las armas y, acercándose a su señor, golpeaban con las mazas la espalda del gigante.

No sabrían que Grindel era inmune al acero, porque le protegía un hechizo. Pero era igual porque ya estaba vencido. Por primera vez se vio obligado a huir con las garras vacías, con una herida tremenda, porque Beowulf le había arrancado un brazo. Consiguió alcanzar la puerta y a través de la débil luz del amanecer pudo llegar al pantano, en donde presentía que iba a morir.

Beowulf, en cambio, alegre por la victoria y por haber cumplido su palabra de luchar con el monstruo y liberar a los daneses y haber mantenido muy alto el pabellón glorioso y la honra de los godos, cogió el brazo y el hombro que había desgarrado del cuerpo del coloso y lo clavó en la pared, en el lugar preferente de la sala, para que cuando por la mañana llegasen los daneses vieran en seguida lo que había ocurrido.

¡Que alegría la de aquellos!

Siguieron las huellas sangrientas del monstruo hasta el mismo pantano, en el que se veían burbujas subiendo de las profundidades, donde Grindel se había ocultado.

Por la mañana, una alegre fiesta se celebró en la sala.

Acudieron todos los guerreros, vestidos con sus mejores galas.

Rodgar prometió gratitud eterna a Beowulf por lo que había hecho por la estirpe de los daneses, ofreciendo entregarle todo lo que le pidiese.

El hijo de Egidio repuso:

-He cumplido lo que te prometí por propia voluntad, sin haberte pedido nada a cambio y tampoco ahora voy a pedírtelo.

Lo que sí lamento profundamente es que ese maldito monstruo haya huido sin recibir de mi mano la muerte directa.

No he podido evitar que escapase, pero puedo asegurar que ha salido muy malparado de la lucha; tanto que es muy difícil que sobreviva.

La herida es mortal y nunca más volverá a envanecerse de sus crímenes en este país.

Tras las palabras de Beowulf se levantó el noble monarca de los daneses de su regio trono para estrechar entre sus ya cansados brazos la mayestática silueta del héroe vencedor del monstruo que durante tanto tiempo había tenido aterrorizada aquella comarca, obsequiándole con un brazalete con anillos dobles enlazados en oro y pedrería preciosa.

-Con este brazalete te uno a nosotros-anunció Rodgar-. ¡Oh héroe, cuya fama vuela sobre tierras y mares! Aquí, en nuestro castillo, no existe hipocresía ni crimen.

Bebamos a continuación, bebamos todos, para celebrar la tan alta gesta del privilegiado Beowulf.

Regresó a su trono el soberano y empezó el banquete.

¡Qué alegre festín!

¡Quién podría suponer que de nuevo el horror iba a ensangrentar aquella sala!

Cuando Rodgar se retiró a dormir, quedaron en la estancia, como otras veces, muchos guerreros.

Apartaron los bancos y prepararon sus lechos. Colgando las armas encima de sus cabezas se echaron a descansar, confiados y alegres.

¡Ay, qué pronto algunos iban a pasar al eterno sueño de la Muerte

0 Opiniones: