"La gente no busca razones para hacer lo que quiere, busca excusas"
William Somerset


9.11.08

Kalevala

EL KÁLEVALA

LA EPOPEYA NACIONAL DE FINLANDIA


Versión castellana de ALEJANDRO CASONA

EDITORIAL LOSADA, S. A.

ISBN: 950-03-0412-0

Diseño de tapa: ALBERTO DIEZ

Digitalizado por Anelfer

Octubre 2002


PRÓLOGO

El Kálevala —título que significa la tierra de los héroes— es el poema nacional de Finlandia. Estricta­mente es una colección de cantares épicos tradiciona­les, reunidos bajo apariencia de poema. Su origen se remonta a los siglos VI a XIV, desde que los hombres de lengua finesa se establecieron en el territorio que hoy se llama Finlandia hasta la invasión de los suecos. Desde luego, al transmitirse de siglo en siglo, estos cantos sufrían alteraciones, pero en conjunto repre­sentan bien aquella época lejana.

El idioma de Finlandia pertenece a la familia finno-úgrica, muy distinta de la indo-europea, cuyas lenguas ocupan la mayor parte del territorio de Europa y parte del de Asia (principalmente la India, la Persia, la Ar­menia, la Siberia). Los principales representantes del grupo finno-úgrico, cuyos orígenes se sitúan hipotéti­camente en la cuenca del Volga, son —además del fin­landés— el estonio, el lapón y el húngaro. El finlandés recibe desde el final de la Edad Media la influencia del sueco: conquistada Finlandia por Suecia, se impone allí como oficial el idioma de la nación dominadora y se difunde como medio de expresión literaria; pero la lengua popular se mantuvo, y a ella se tradujo la Bi­blia desde el siglo XVI. En los campos, sobre todo, persistían los viejos cantos del pueblo finlandés, y apa­recían siempre nuevos poetas.

En 1822, Zacharias Topelius recogió y publicó unos pocos cantares finlandeses sobre las leyendas de los hijos de Káleva (Finlandia). Después, el doctor Elias Lönnrot se dedicó a reunir todos los cantares sobre esas leyendas: para ello recorrió el país, penetrando hasta regiones muy apartadas, durante varios años, desde 1828; después los organizó en serie, de manera que constituyesen una especie de poema, y con el título de Relévala los publicó en 1835. La importancia de esta publicación Jué tal, que en Finlandia se celebra como fecha fausfa el 28 de febrero, día en que circularon los primeros ejemplares del libro de Lönnrot. Desde ese momento, el idioma finlandés adquirió prestigio litera­rio en las ciudades, y los hijos del país se dedicaron a su cultivo, abandonando en parte el sueco. La moderna literatura finlandesa, data, pues, de la publicación del Kálevala.

En la primera forma que le dio Lönnrot, el poema contenía 12.000 versos, divididos en doce runos o can­tos. Pero el gran folklorista no se detuvo ahí: continuó recogiendo cantares, y en 1849 publicó una nueva edi­ción, ampliada hasta 22.793 versos, divididos en cin­cuenta runos. Después de la muerte de Lönnrot, A. V. Forsman publicó una edición en 1887 con adiciones nuevas.

El Kálevala está escrito en versos de ocho sílabas; no tienen rima, pero sí aliteración, o sea repetición de fonemas iniciales o importantes dentro de cada verso; además, se emplea el paralelismo de imágenes o de ideas.

La versión que damos aquí, en traducción del dis­tinguido escritor D. Alejandro Casona, procede de la síntesis hecha por Charles Guyot (París, 1926) sobre la base de la traducción francesa del doctísimo Léouzon Le Duc (1868).


I

EL MARAVILLOSO NACIMIENTO DE WAINAMOINEN

He aquí que en mi alma se despierta un deseo, que en mi cerebro surge un pensa­miento: quiero cantar, quiero modular mis palabras entonando un canto nacional, un canto familiar. Las frases se derriten en mi boca, los discursos se atrepellan; desbordan mi lengua, se expanden alrededor de mis dientes.

Antaño, mi padre me ha cantado esas mismas palabras tallando el mango de su hacha; mi madre me las enseñó haciendo girar el huso. Yo entonces no era más que un niño, una pobre criatura inútil que se arrastraba por el suelo a los pies de la no­driza, con la barbilla goteante de leche. Pero hay otras palabras además: palabras que yo he recogido en las fuentes de la ciencia, encontrado a lo largo de los cami­nos, arrancado entre las malezas, desgajado de los árboles en las altas ramas y amon­tonado al borde de los senderos, cuando en mi infancia iba a guardar los rebaños entre los pastizales con arroyos de miel y las co­linas de oro.

También el frío me ha cantado versos y la lluvia me trajo sus runas [1]; los vientos del ciclo y las olas del mar me han hecho oír su poema; los pájaros me enseñaron su trino, y los árboles desmelenados me han invitado a sus conciertos.

¡Sí! Yo cantaré un canto magnífico, un canto espléndido, cuando haya comido el pan de centeno y haya bebido la áspera cer­veza. Y si la cerveza me falta, mi lengua seca invocará al rocío; y cantaré para ale­grar la noche, para celebrar el esplendor del día. ¡Cantaré hasta la aurora para bri­zar la salida del sol!

Érase una vez una virgen; una hermosa virgen, Luonnótar [2], hija de Ilma. Vivía, desde hacía largo tiempo, casta y pura, en medio de las vastas regiones del aire, de los inmensos espacios de la bóveda celeste.

Pero he aquí que un día comenzó a sentir el hastío de las horas, a fatigarse de su virginidad estéril, de su existencia solitaria en las llanuras del aire, tristes y desiertas.

Y descendió de las altas esferas, y se lanzó en la plenitud del mar, sobre la grupa blanca de las olas.

Entonces un viento impetuoso, un viento de tem­pestad, sopló de oriente; el mar se hinchó y se agitó en oleajes.

La virgen fue arrastrada por la tempestad, flotando de onda en onda, sobre las crestas coronadas de espu­ma. Y el viento salobre vino a acariciar su regazo. Y el mar la fecundó.

Durante siete siglos, durante nueve vidas de hom­bre, llevó la carga de su gravidez. Y aquel que había de nacer no nacía. Y aquel que nadie engendró seguía sin ver la luz.

La virgen nada; nada hacia oriente y occidente, al noroeste y al sur, por las riberas del aire. Espantosos dolores le queman las entrañas. Pero aquel que había de nacer no nace y aquel que nadie engendró sigue sin ver la luz.

La virgen llora dulcemente y dice: "¡Ay, desdicha­da, qué tristes son mis días! ¡qué errante es mi vida, pobre de mí! ¡Siempre y en todas partes, bajo la in­mensa bóveda del cielo, empujada por el viento, arras­trada por las olas en el seno de este vasto mar sin límites! ¡Oh, Ukko, dios supremo [3]: tú que sostienes el mundo, vén a mí, socórreme! ¡Apresúrate a mi llama­da! ¡Libra a esta doncella de sus angustias, a esta mujer del dolor de sus entrañas! ¡Vén, ay, acude pron­to; tu ayuda se me hace necesaria más y más!"

Un corto espacio transcurrió. Y de repente un águila de amplias alas tiende el vuelo. Surca los aires con estrépito, buscando un lugar para su nido. Vuela a oriente y occidente, vuela al noroeste y al sur, pero no encuentra un rincón donde construir nidal.

Vuela de nuevo; después se detiene; y piensa y me­dita: "¿Qué lugar elegiré, el viento o el mar? El viento derribará mi casa, el mar la tragará".

Y he aquí que entonces la virgen del aire levantó su rodilla por encima de las olas, ofreciendo así al águila un lugar para su nidal bienamado.

El águila ilustre suspende el vuelo; divisa la rodilla de la hija de lima y la toma por una verde colina, por un cerro de fresco césped. Lentamente vacila en el aire. Al fin, se lanza sobre la punta de la rodilla y allí construye su nido. Y en ese nido deposita seis huevos. Seis huevos de oro y un séptimo de hierro.

El águila se pone a incubar sus huevos, un día y otro día, y casi un tercer día. Entonces la hija de lima sintió un calor ardiente en su piel. Parecía que su rodilla era una brasa, que todos sus nervios se de­rretían.

Y replegó vivamente la rodilla, sacudiendo todos sus miembros. Y los huevos rodaron al abismo y se estre­llaron contra las olas.

Pero no se perdieron en el fango ni se mezclaron con el agua. Sus pedazos se convirtieron en las más bellas cosas. Así:

"De la parte inferior de los huevos se formó la tie­rra, madre de todos los seres; de su parte superior el sublime cielo; de sus trozos amarillos el radiante sol; de sus trozos blancos la luna resplandeciente; de las cascarillas jaspeadas se hicieron las estrellas; y los trozos oscuros fueron los nubarrones del aire".

Y el tiempo avanzó y los años se sucedieron, porque el sol y la luna habían comenzado a brillar. Pero la hija de lima continuaba errante todavía sobre la vas­tedad del mar, sobre las olas vestidas de niebla. Debajo de ella, la húmeda llanura; encima de ella, el claro cielo.

Y al noveno año, en el décimo estío, levantó la ca­beza sobre las aguas y comenzó la creación en torno suyo.

Donde tiende su mano, hace surgir promontorios; donde tocan sus pies, cavan hoyos para los peces; donde se sumerge, hace más profundos los abismos. Cuando roza de flanco la tierra, aplana las riberas; cuando tropieza con ella su pie, nace el socavón fatal para los salmones; cuando las golpea de frente, abre los golfos.

Después toma impulso y se interna en la alta mar. Allí crea las rocas, y pare los escollos para el naufra­gio de los navios y la muerte de los marineros.

Ya las islas emergen de las olas, los pilares del aire se yerguen sobre sus bases, la tierra nacida de una palabra despliega su masa sólida, las venas de mil colores aran la piedra y esmaltan las rocas... Y Wainamoinen no ha nacido todavía, el runoya de la eter­nidad [4].

El viejo, el impasible Wainamoinen, esperó en el vientre de su madre durante treinta estíos, durante treinta inviernos, sobre el inmenso abismo, sobre las olas nebulosas.

Meditaba profundamente preguntándose en su inte­rior cómo le sería posible existir y pasar su vida en aquel sombrío retiro, en aquella estrecha mansión, donde jamás ni el sol ni la luna dejaban penetrar su luz.

Y clamó: "¡Rompe mis ligaduras, oh luna! ¡libérta­me, oh sol! Y tú, radiante ótawa [5], enseña al héroe a franquear estas desconocidas puertas, estos infrecuen­tados caminos, a salir de este reducto oscuro, de este abrigo asfixiante. Conducid sobre la tierra al viajero, al hijo del hombre bajo la bóveda del aire, para que pueda contemplar el sol y la luna, y admirar el es­plendor de ótawa, y gozar la luz de las estrellas".

Pero la luna no rompió sus ligaduras, ni el sol le dio la libertad. Entonces Wainamoinen sintió el hastío de los días y la fatiga de su vida. Y golpeó vivamente la puerta de la fortaleza, con el dedo sin nombre [6]. Forzó el muro de hueso con el dedo mayor del pie izquierdo, y se arrastró con las uñas fuera del umbral, y sobre las rodillas fuera del vestíbulo.

Y ahora, helo ahí, sumergido en el abismo hasta la boca y hasta la punta de los dedos. El poderoso héroe continúa sometido al poder de la onda.

Durante cinco años, durante seis años, durante siete y ocho años, se vio arrastrado de ola en ola. Al fin se detuvo en un cabo desconocido, sobre una tierra des­nuda de árboles.

Allí, ayudándose con las rodillas y los codos, se irguió cuan alto era, y se puso a contemplar el sol y la luna, a admirar el esplendor de ótawa y a gozar la luz de las estrellas.

Así nació Wainamoinen, así fue revelado el ilustre runoya. Una mujer lo llevó en su seno. La hija de lima lo trajo al mundo.

[1] Runa: verso, poema y fórmula mágica.

[2] Luonnótar significa "Hija de la Naturaleza". Ilma es la personificación del aire.

[3] Ukko es, en la antigua mitología finesa, el dios del cielo y del aire.

[4] Runoya: bardo, compositor y cantor de runas. Este térmi­no implica también la posesión del poder mágico.

[5] Ótawa: la Osa Mayor.

[6] El dedo anular. En el antiguo idioma finlandés sólo tienen nombre los otros cuatro dedos


Ojos de Halcon
Alfonso Leija
Hermandad Odinista del Sagrado Fuego
Mexico

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