"La gente no busca razones para hacer lo que quiere, busca excusas"
William Somerset


13.1.08

LA GEOMETRÍA DEL COSMOS

Los mexicas concebían un universo geométrico, estructurado, poblado todo por dioses que hacían llegar sus influencias a la superficie de la tierra. El cielo y el inframundo se habían formado a partir del cuerpo de Cipactli, una diosa de apariencia monstruosa, como de un enorme cocodrilo que había sido tronchada por la mitad. Sus partes, separadas, quedaron una sobre otra. La parte superior, la celeste, era masculina, caliente, luminosa, y estaba representada por el águila. La inferior, la terrestre, era femenina, fría, húmeda, oscura, y su animal era el jaguar. Cuatro dioses levantaban el cielo, como gigantescas columnas, para que el cielo y la tierra no volvieran a unirse.

Todo el cosmos sumaba 22 pisos. El inframundo tenía nueve pisos; en el más profundo estaba el Chicnauhmictlán, la región última de los muertos. El cielo tenía 13 pisos; estaba habitado en su parte superior por el dios dual Ometéotl, que gobernaba el Universo. El hábitat del hombre y las demás criaturas comprendía la superficie de la tierra y los cuatro pisos inferiores del cielo. Estos cuatro pisos eran recorridos por las divinidades estrechamente vinculadas a la agricultura: los señores de la lluvia, del rayo, del trueno, del viento y del granizo; la Luna, cuyas fases creían determinantes en los procesos agrícolas; el Sol, Venus, las estrellas y la diosa de la sal; ésta también se relacionaba con la agricultura, pues era una hermana de los señores de la lluvia que por cierto pecado había sido condenada a vivir en el mar. Vivía en el más alto de los cuatro pisos inferiores, pues la superficie de la Tierra era concebida como un gran plano circular rodeado por las aguas marinas. En sus bordes, el agua del mar se elevaba como una gran pared hasta el arranque del verdadero cielo, o sea el compuesto por los nueve pisos superiores.
La superficie de la tierra se segmentaba en cuatro partes, como una flor tetrapétala. En su centro había una cuenta de jade que era la casa del dios viejo, el Dios del Fuego. Los cuatro dioses-columnas que sostenían los nueve pisos superiores se representaban también como árboles sagrados. Eran los conductos del cosmos. A través de sus troncos huecos llegaban al mundo las influencias benéficas y dañinas del mundo superior y del mundo inferior. Porque los dioses de los antiguos nahuas no eran absolutamente buenos ni absolutamente malos. Eran dioses, voluntariosos y terribles, pero al mismo tiempo dadores de todos los bienes. El hombre debía ganar sus favores y evitar sus agresiones con su recta moral, sus ofrendas y sus sacrificios.
Cada uno de los cuatro sectores de la superficie terrestre tenía un color particular y un complejo de símbolos. Aunque los colores varían, según las distintas tradiciones mesoamericanas, siempre constituyen importantes elementos distintivos de los árboles cósmicos. Según algunas fuentes nahuas, el norte era negro, lugar de la muerte; el sur, azul, lugar de la vida; el este, rojo, el lado masculino; el oeste, blanco, el femenino. Los símbolos principales eran el cuchillo de pedernal en el norte; el conejo en el sur; la caña en el oriente y la casa en el poniente.

EL CURSO DEL TIEMPO

Caña, cuchillo de pedernal, casa y conejo eran también los símbolos de los años, porque el curso del tiempo se originaba en cada uno de los cuatro segmentos horizontales, en los cuatro árboles cósmicos. Para entender lo anterior hay que recordar a la diosa-cocodrilo, Cipactli. Del cuerpo de Cipactli había salido la sustancia de la cual se formaban los dioses. ¿Y qué era el tiempo? Era sustancia divina que procedía del cielo y del inframundo. Los días, los meses, los años eran, en sentido estricto, dioses que viajaban invisibles por el mundo, luchaban entre sí y todo lo transformaban. ¿Cómo se explica esto? La diosa Cipactli quería volver a recobrar su integridad; pero las columnas cósmicas se lo impedían. Entonces su sustancia fluía dentro de ellas, y ahí se encontraban, furiosas, las corrientes frías del inframundo con las calientes del cielo. Dentro de los troncos de los árboles cósmicos se daba, pues, la guerra... o, si se quiere, el acto sexual. El producto era el tiempo que brotaba, combinado por cada uno de los cuatro postes y siempre en orden levógiro.
Así salían, por su orden, los años caña, cuchillo de pedernal, casa y conejo. Y así se distribuían también los veinte días del mes: el día llamado "Monstruo de la tierra" era del Este; seguía el día "Viento", del Norte; "Casa", del Oeste; "Lagartija", del Sur; "Serpiente", del Este; "Muerte", del Norte, etcétera.
El destino imperante en cada día o en cada año, según su signo, iba de acuerdo con el rumbo de origen. Y esto era muy importante para los antiguos nahuas, cuyos actos se orientaban por los libros de la cuenta de los destinos, leídos por los sacerdotes Tonalpouhque. Estos juzgaban qué suerte correspondía a cada persona estudiando el conjunto de las distintas influencias divinas que se sumaban en cada momento del correr del tiempo. Para ello contaban con un complejo calendario que tenía como base dos ciclos de distintas dimensiones: uno, de 365 días, era el año agrícola y religioso; y en él se celebraban las fiestas rituales más importantes, distribuidas en 18 meses de 20 días cada uno, a los que se agregaban cinco días complementarios. El otro tenía 260 días, y estaba formado por la combinación de 20 signos y 13 numerales. Era el ciclo adivinatorio, el de los destinos.
Los días, por tanto, se contaban con fechas del ciclo adivinatorio (2-Serpiente, 10-Viento, 6-Muerte, etcétera) y con fechas del calendario agrícola-religioso (cuarto del mes de Etzalcualiztli; decimonoveno del mes de Tlacaxipehualiztli; etcétera). Para que dos fechas, una de cada ciclo, volvieran a coincidir en un día, debían transcurrir 18 980 días. Esto significa que debían ocurrir 52 vueltas exactas del ciclo de 365 días, que equivalían a 73 vueltas exactas del calendario adivinatorio. Esto era un siglo para los nahuas, una vuelta total del tiempo. Por dicha razón la ancianidad humana se iniciaba oficialmente a los 52 años. El individuo que cumplía tal edad era respetado y quedaba exento de muchas de sus obligaciones porque ya era un viejo, porque había cumplido un siglo. Dejaba de pagar tributos, podía tomar pulque y sus consejos se consideraban sabios.

ALFREDO LÓPEZ AUSTIN

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