"La gente no busca razones para hacer lo que quiere, busca excusas"
William Somerset


12.7.08

¿Qué es cultura? (de Max Sheler)

Por María Cristina Bosch


Cultura significa humanización, el proceso que nos hace hombres, un intento de progresiva auto-deificación, vista desde la imponente realidad por encima del individuo, trascendiendo a éste de todas las cosas finitas. Es un hondo abismo que separa al hombre de los demás vertebrados superiores. Nosotros, como seres racionales, somos capaces de distinguir en todo objeto su esencia de la existencia -que es el ser aquí y ahora-.

Cultura no es "educación para algo", afirma Sheler. Carece de toda finalidad externa, de todo fin último. Debemos diferenciar entre el saber culto de aquél otro saber que -a pesar de su valor- nada tiene que ver con la cultura. El saber que se ha convertido en cultura es el que se halla perfectamente digerido, que no se sabe ya en absoluto cómo fue digerido, de dónde fue tomado. Goethe lo llamaba un saber indeclarable, del que no hace falta acordarse y del que el individuo no puede acordarse; un saber alerta y pronto en cada situación concreta de la vida no es una aplicación de conceptos, reglas o leyes aplicadas a acontecimientos, sino tiene que ver directamente con las cosas en una forma determinada por las relaciones de los sentidos. El saber culto, sencillo y modesto huye de todo sensacionalismo, de la estruendosa extravagancia, se ofrece con infinita claridad y es consciente de sus límites.

Culto -dijo un hombre ingenioso- es aquél a quien no se le nota que estudió (si es que estudió) o que no ha estudiado (si no ha estudiado); sabe siempre con exactitud y puntillosamente qué es lo que no sabe. Es aquella noble y docta ignorancia, aquel socrático saber del no-saber, aquel respeto ante la filigrana de las cosas, en el que tenemos la sensación de que el mundo es mucho más vasto y misterioso que nuestra propia conciencia. A la cultura pertenece necesariamente aquella sinopsis que se forma ya antes de la experiencia y que abarca las regiones esenciales, los grados y distintas capas del ser. Kant pide que el hombre sepa los límites de su saber y que distinga perfectamente esos límites conscientes.

El saber culto es el conocimiento de una esencia obtenida y estructurada de uno solo o pocos ejemplares característicos de una cosa. Es un saber esencial. Cada grupo histórico cultural tiene sus formas estructuradas, adquiridas no sólo del pensar e intuir sino también del amar, del odiar, del gusto, del sentimiento estilístico, del valorar. Es siempre de una elite de personas de donde parte dicha formación y desde allí pasa a las masas poseedoras de diferentes niveles culturales; fluye de una elite y desciende versus la masa popular, afectando la inteligencia, la intuición y también las funciones del sentimiento.

Pero detengámonos ahora en este saber y vivir esenciales de donde surge el saber culto. La pregunta fundamental sería: ¿Qué es el saber? Definirlo sin utilizar en su propia definición una clase de saber especial, definirlo por sus conceptos puramente ontológicos -no espacial ni temporal ni causalmente- no es tarea fácil. Existe un saber estático en los hombres primitivos, niños o animales, pero si el hombre que sabe no tiene la tendencia a trascender, a salir fuera de sí mismo para participar en otro ser, no tiene sentido su ser. Se diría que el amor rompe los límites del propio ser, del propio modo de ser. Su meta objetiva es aquello para lo cual existe; consiste en un devenir, en un llegar a ser otra cosa. Ya Epicuro habló de la pura vanidad al deseo de poseer el saber solamente por el saber mismo. Es tan vano y absurdo como el arte por el arte en los estetas. Le debe corresponder un valor, un sentido óptico. Debemos oponernos al pragmatismo filosófico, según el cual todo saber existe para la utilidad. Debe haber otro fin que el afán de saber.

Tenemos tres fines supremos del devenir, a los que el saber puede y debe servir.

1.- El devenir y pleno desenvolvimiento de la persona que sabe. Este es el saber culto.

2.- El devenir del mundo esencial y existencial, cuyo fin es la divinidad y se llama: "saber de salvación".

3.- También existe el fin de denominar o transformar al mundo para el logro de nuestros propósitos humanos, el llamado pragmatismo, el saber de las ciencias positivas, de resultados prácticos.

Ahora bien, existe una jerarquía objetiva entre estos tres fines supremos del devenir a cuyo servicio está el saber. Desde el saber de dominio que sirve a la modificación pragmática del mundo, el camino se dirige hacia el saber culto, por medio del cual amplificamos un microcosmos de la esencia de la persona espiritual e intentamos participar de la totalidad del universo, según la individualidad de cada uno. Y desde ese saber culto prosigue el trayecto hacia el saber de salvación, en el cual nuestro núcleo personal intenta adquirir una participación en el fundamento supremo de las cosas, lo que se llama el saber ontológico (o saber en sí).

Todo saber tiene un fin. Por desgracia, en Occidente predomina el pragmático, el de menor calidad; los otros dos han pasado a un segundo término e incluso de ese saber práctico de dominio se ha cultivado sólo una mitad. El problema de extender hasta el máximo el poderío y el dominio de la voluntad quedó relegado por el afán de gobernar a la naturaleza externa. Por el contrario, las culturas asiáticas han desarrollado más bien el saber culto y de salvación, y, si dan lugar también al tecnológico, es porque persiguen como fin el mundo vital.

Aristóteles proponía un movimiento de ánimo que era la "admiración". La ciencia útil inicia su problema con la necesidad de esperar algo nuevo, pensando cómo provocarlo, pero la filosofía nada tiene que hacer con las leyes de las condiciones temporales y espaciales de los fenómenos en una cantidad numéricamente mensurable. La filosofía intenta adquirir un saber cuyos objetos no son relativos a la vida ni a los posibles valores de la vida. La ciencia positiva o pragmática se confunde al prescindir de toda posible cuestión de la esencia de los objetos y también al omitir el grado de existencia que le corresponde a la realidad absoluta de las cosas. Su objeto es limitado; sólo pertenece a la existencia del mundo en relación a la vida.

Culto no es quien sabe y conoce muchas modalidades de las cosas ni quien puede predecir y dominar con arreglo a las leyes un máximo de sucesos, sino quien posee un estructura personal, un conjunto de movibles esquemas ideales que, apoyados unos en otros, construyen a la unidad de un estilo y sirven para la intuición, el pensamiento, la concepción y valoración del mundo. El saber de salvación es un saber acerca de la existencia, la esencia y el valor de lo que es absolutamente real en todas las cosas, o sea, un conocimiento metafísico.

En lo que va de la historia, la India ha desarrollado el saber de salvación y la técnica vital y psíquica del poder del hombre sobre sí mismo; China y Grecia desarrollaron el saber culto, mientras Occidente se inclinó al saber práctico de las ciencias positivas especiales.

Ha llegado el momento de que el mundo se abra camino hacia una nivelación e integración de estas tres tendencias parciales del espíritu, pero ni aún la idea humanística del saber culto -encarnado en Alemania del modo más sublime por Goethe- ha de subordinarse al servicio del saber de salvación, ya que todo saber es, en definitiva, de Dios y para Dios.

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